Dado que en estos momentos se vive una epidemia artificial de TDAH (Trastorno Déficit de Atención con Hiperactividad) nos parece importante puntualizar algunas cuestiones para no confundir diagnósticos ni contribuir injustamente a medicar la infancia más allá de lo necesario.
Desde hace unos años, en nuestro medio se vive una auténtica “fiebre de TDAH”. Muchas escuelas y no pocos psiquiatras tienden a pensar que cada vez que un niño está inquieto, tiene tendencia a distraerse o es muy movido, se trata de un TDAH.
La experiencia clínica demuestra que no es así y que hay sintomatología común en distintas patologías infantiles que comparten algunas características, además de la ansiedad, presente en todas ellas.
Muchos niños tienen visibles signos de inquietud o distracciones y no son TDAH. Si a ello se agrega que se trata de un niño adoptado, puede incluso darse por hecho que ya no cabe discusión alguna, porque en ese caso se lo considera un diagnóstico certero, casi infalible. No nos cansaremos de señalar que no es tan claro ese diagnóstico ni, por tanto, que todas las dificultades o síntomas que presente un niño adoptado estén causadas por ese trastorno.
Ya hay muchos profesionales del campo de la Salud Mental críticos y desconfiados con esta “epidemia” Un ejemplo: Voces autorizadas, como la “Asesoría de Ética Biomédica de la Comisión Nacional de Suiza” (NEK), hizo una crítica en su dictamen de noviembre del 2011 de la administración de Ritalina en el tratamiento del TDAH. Consideran que es una injerencia química que se introduce en la libertad del niño y sus derechos, porque los agentes farmacológicos provocan cambios en su comportamiento pero no sirven para educar. De este modo, no se consigue que el niño tenga un comportamiento más controlado y autónomo como consecuencia del crecimiento, del aprendizaje y del desarrollo emocional. Es decir, que lo que se critica es que ese logro no se adquiera por un trabajo individual del niño que le permita disminuir la ansiedad, aumentar su capacidad de espera, de tolerancia ante las dificultades, acrecentar su capacidad de exploración, su deseo de investigar por métodos basados en el ensayo y error, por la confianza en sí mismo, sino porque se le ha administrado una “pócima milagrosa”. Algo externo a él que si no la ingiere, pueda llegar a creer que no puede funcionar.
Una muestra de la expansión y difusión de esta enfermedad del TDAH es que, por ejemplo, sólo en Alemania el medicamento indicado para su tratamiento ha aumentado sideralmente. No superaba los 34 K en 1993 y en el 2011 ya habían alcanzado los 1760 K. Su consumo se había acrecentado 51 veces.
Otro cuestionamiento que se ha hecho a este diagnóstico tiene que ver con que algunos de los profesionales que lo han establecido son los mismos que controlan el mercado farmacéutico o tienen intereses económicos en él. Lo que nos hace sospechar que existen otros intereses, más allá de lo puramente sanitario.
Queremos señalar que si bien es cierto que hay niños que padecen una hiperactividad tan intensa que no se detienen ni concentran en ningún área de su vida, entendemos que el diagnóstico de TDAH es como un moderno cajón “de-sastre” en el que podrían incluirse muchas patologías de la infancia. A veces puede ocurrir que un niño esté atravesando por situaciones transitorias tales como duelos, divorcios, problemas de bulling en la escuela o muchas otras realidades que lo hagan estar inquieto, preocupado, asustado y no pueda concentrarse, e incluso que esté hostil e irritable, sin ser por ello un TDAH.
No estamos en contra del uso responsable de la medicación. En lo que insistimos es en que su incidencia diagnóstica está sobredimensionada y engloba a muchas patologías que no son TDAH. Además, queremos hacer especial hincapié en que en los casos donde la medicación es necesaria, cuando un niño padece un trastorno muy profundo, ésta debe ir siempre acompañada de una psicoterapia para que pueda elaborar los traumas que han dejado tal desorden en la estructuración de su subjetividad. Hay una variedad de patologías psicológicas importantes en la infancia que sin ser TDAH, requieren un abordaje terapéutico con administración de psicofármacos, en especial en los momentos de crisis.
Otra cuestión que tampoco queremos dejar de señalar es que al TDAH se lo asocia en los niños adoptados con el síndrome del SAF. Frecuentemente se considera que los niños que provienen de los “Países del Este” son proclives a padecer SAF. Me permito hacer una pequeña disquisición como aclaración de un concepto. La denominación “Países del Este” ha caído en desuso desde la caída del muro de Berlín. Es un concepto geopolítico. Hoy día ya no existe ni el Pacto de Varsovia, ni el bloque soviético y sin embargo se los sigue englobando y clasificando en nuestro medio, como si todos los niños adoptados en esos países tuvieran los mismos diagnósticos y/o los mismos trastornos. Muchos de esos países hoy día se diferencian en los Servicios Sociales, en la asistencia a menores desamparados y en la organización de sus Casas Cunas y/o familias de acogida. Algunos se han integrado en la Comunidad Europea, otros no, tienen distintas modalidades políticas y de desarrollo económico y/o social, y no pueden tratarse como bloque. Es cierto que son países que, en su conjunto, poseen altos índices de consumo de alcohol, como también ocurre en España y en muchos otros de nuestro entorno europeo.
Incluso hay divergencia en la Unión Europea sobre la tenue presión fiscal aplicada a las bebidas alcohólicas y su abaratamiento, pues hay quien piensa que eso aumenta la accesibilidad y el consumo. Si a ello agregamos que los menores susceptibles de ser adoptados provienen de familias de riesgo, consideramos que en todas partes las características de estas familias son similares: embarazos con poco control médico, ingesta de tóxicos, posible presencia de patología mental, etc. y ello ocurre tanto en Moscú como en Berlín o en cualquier ciudad española.
Sin embargo, con ambas presuposiciones, adopción y alcohol, se asocian estos diagnósticos: TDAH y SAF. De modo que, si un niño proviene en adopción internacional de Rusia, Bulgaria o Polonia, se presupone que padece SAF y TDAH.
También en el diagnóstico de SAF existe controversia: hay distintas variaciones, ya que no es lo mismo un SAF leve que uno que comporta malformaciones y retraso mental.
En nuestra ECAI se procede a hacer un exhaustivo análisis médico de cada asignación, se hacen preguntas complementarias para aumentar la información y se sugiere viajar habiendo hecho la consulta pediátrica previa para recibir ayuda médica telemática durante el viaje. Por otra parte, una no aceptación de una asignación por causas médicas es aceptada por las autoridades rusas y no produce ningún tipo de inconveniente ni puede traer consecuencia alguna a la familia en cuestión.
En niños adoptados en Rusia y/o Polonia, hay muchos pediatras, psiquiatras o neurólogos que presuponen ambas cuestiones, por lo que administran el psicofármaco para el TDAH y consideran que es el SAF (casi considerado “universal” para todos ellos) el causante de los trastornos que ocurren con su integración familiar y su adaptación a la nueva vida. Sin embargo, no todos los síntomas o actitudes más o menos graves que puedan presentar en su infancia y adolescencia tienen que ver con ello. Creemos que estas puntualizaciones son importantes para no esconder y/o solapar todas las consecuencias traumáticas que pueden afectar en su desarrollo a un niño adoptado.
No me cansaré de decir que la adopción es la mejor medida de protección para que un niño desamparado se recupere y crezca en familia. Tampoco de señalar que una buena adopción es como un puzzle integrado por muchas piezas, unas las trae el niño con su historia traumática y su integración en la familia y otras las aportan sus padres cuando acogen con cariño y tolerancia al hijo que adoptaron. Si el niño verdaderamente se siente hijo de esa familia, ya los adoptará como padres. Ocurre que todo ello es un proceso muy largo, cuyo resultado no se evidencia enseguida. Tampoco transcurre sin dificultades, algunas más serias que otras, y tanto padres como hijos deben adecuarse y aprender a convivir como familia, con todos esos avatares.
Nuestra concepción es más integradora que la que estamos exponiendo críticamente cuando nos referimos al TDAH. Consideramos que los factores genéticos no son los únicos determinantes de la vida. Entendemos que juegan un papel, al mismo tiempo que las experiencias traumáticas (separaciones, inestabilidad de los vínculos, negligencia, maltrato, etc.) Todo ello puede quedar escondido en ese diagnóstico que pretende englobar toda incidencia psicopatológica que ocurra con un niño adoptado. Haber sido adoptado (más allá de que su madre biológica haya bebido o no) incluye una suma de experiencias traumáticas que han dejado huella. Todo niño con esas experiencias vividas, suele presentar distintas alteraciones en el apego, síntomas, trastornos, retrasos madurativos, inhabilidades… que tendrán que ver con ello y con el difícil proceso de integración familiar y de constitución de su aparato psíquico.
Una adopción comporta un cambio tan radical en la vida de esos niños que eso solo podría explicar la fragilidad emocional, la ansiedad de pérdida y el miedo a no ser aceptado en el período de adaptación e integración familiar de los primeros años.
Tener una historia de vida tan compleja, unas experiencias de pérdida que lleva inscriptas en su memoria implícita y reiniciar su existencia con una familia en otro país, en un medio radicalmente diferente del suyo, no puede transcurrir sin dificultades. Encontramos en el discurso social la idea de que el niño adoptado debe superar todo sólo con la entrada en familia, esperándose a veces, con demasiado optimismo, que se adapte sin problemas en los diferentes contextos. La escolaridad es un buen ejemplo de ello: se espera que ingresen pronto en horario completo, a veces precozmente, incluso durante la baja maternal y que aprenda sin contrariedades, aunque aún no conozca el idioma o haya entrado al curso en cualquier momento. Es decir, tiene que aceptar todo y superarlo con éxito, sin protestar, sin rabietas. Si lo logra, no es un niño, es un súper héroe. Debemos alentar expectativas adecuadas a la realidad y acercarnos empáticamente, emocionalmente al cúmulo de sensaciones, miedos y dudas que padece un pequeño que está adaptándose a la vida en familia. Por supuesto que un niño es adoptado por una familia y una parte importante del éxito de ello es que los padres tengan buenas capacidades para ejercer su paternidad/maternidad.
Afortunadamente los niños se explican, se hacen entender, de muchas maneras. Resulta lamentable que puedan sufrir más cuando sus padres no comparten o no entienden su difícil proceso de integración. Ellos se expresan con palabras, con el cuerpo, con sus síntomas y si no encuentran eco en los padres para acompañarlos y sostenerlos cuando han perdido todos sus referentes de origen, se hallan en un estado de anomia, de incertidumbre, sin saber si el actual es su lugar definitivo o una nueva estancia breve; el proceso se hace más duro para todos. Tampoco sabe el pequeño cuando llega, si lo quieren y aceptan y si ya puede descansar y volver a ser niño porque ha encontrado un lugar seguro y para quien crecer. Lo primero que necesita saber es que este es un lugar “para siempre” porque ha encontrado padres que lo quieren y lo cuidan. El primer paso en familia es recuperar la confianza en esos adultos que le hablan con cariño, lo cuidan, lo miman y acarician. Esos padres que están con él y le dedican su tiempo para ayudarlo a conocer su nuevo entorno, para que se sienta más seguro de que esa es su casa y su familia, para que en un segundo momento pueda iniciar la escolaridad.
Es por ello que insistimos en proveer a los padres de instrumentos que aumenten su capacidad para tolerar y aceptar a su hijo con toda su historia y para encadenarla con la que tendrá a partir de su entrada a la familia. Sugerimos a los padres favorecer desde el inicio la explicitación de su origen externo a la familia.
Más allá de las diferencias físicas o étnicas que pueda presentar o no el niño, de su edad a la entrada en familia, todo niño adoptado tiene que aceptar que ha venido de fuera, que ha sido adoptado y que su identidad es una sola. Esa identidad se ha ido integrando a lo largo de su camino con los distintos cambios ocurridos en su existencia. Él debe entender su sentido y éste se favorecerá con el trabajo de búsqueda e interrogación sobre sus orígenes. La identidad se construye poco a poco, sin negaciones ni ocultamientos. Para ello, los padres tienen que integrar en el diálogo el origen de su hijo, responder a sus preguntas, ir informando sobre su historia adaptándola a su edad y saber que si él no pregunta, es porque evita tratar un tema fundante, que si no puede ser elaborado, no le permitirá aprender en la escuela sin inhibiciones.
Cuando se observa que algún área de su desarrollo no funciona bien o se ha quedado rezagada, los padres debieran consultar con la red profesional con la que cuenta su comunidad.
De igual modo, pasado el proceso inicial de adaptación de un niño, pueden aparecer síntomas más o menos importantes que tienen que ver con su historia traumática, con su inclusión en la familia, con las modalidades del funcionamiento de la misma, con la escuela, con cómo se siente en ella, con sus habilidades sociales, cognitivas y pueden presentarse en distintos momentos de su evolución como expresión de trastornos más o menos serios de comportamiento, inquietud, irritabilidad y/o problemas serios de adaptación. En todos estos casos, para hacer un análisis integrador de lo que realmente le pasa al niño, debería investigarse cómo se siente el niño con su familia, en la escuela, con los amigos, etc. y las marcas de su historia previa. Un buen diagnóstico psicológico del niño y su familia permitirá un abordaje terapéutico como espacio de recuperación y superación de sus traumas y/o de las dificultades familiares que se presenten. Una cuestión a destacar es que, en los conflictos de la infancia no hay que confundir los síntomas con las causas. En los síntomas se encierra el significado de lo que le está ocurriendo. Para explicarlo mediante un símil, no se cura una enfermedad intentando sólo bajar la fiebre. Hay que buscar los factores patógenos que la provocan. Por ejemplo un niño puede andar mal en la escuela y distraerse con facilidad y ello deberse a causas diversas.
Por más difícil que pueda parecer, si está bien diagnosticado, superadas las situaciones traumáticas que provocan tal ansiedad y síntomas que perturban su buen desarrollo, se superan en mayor o menor medida. Por supuesto, no dejaremos tampoco de aclarar que no todo lo que le pasa a un niño adoptado es a causa de su adopción.
El proceso de adopción es complejo y pasa por distintas etapas a lo largo de su infancia y adolescencia en las que se abren nuevos desafíos. No queremos concluir este artículo sin señalar que no estamos de acuerdo con obturar y taponar su angustia, sino que ésta debe ser desplegada para entender y desanudar cada uno de sus síntomas. Por ello es necesario que el niño pueda hablar y jugar de todo lo que le ocurre en un espacio terapéutico. Es decir que, si se comporta en forma desafiante, está irascible e intranquilo, no se concentra, es pendenciero, puede necesitar antes que el “Rubifen” o el “Concerta” un buen trabajo de psicoterapia en el cual elaborar los traumas de su historia.
Beatriz Salzberg
Directora del Área Psicosocial de Créixer Junts.