Llevo tiempo viendo artículos en prensa
o televisión sobre niños adoptados, con los que pocas veces coincido con el
enfoque o sus conclusiones. Los puntos de vista más mesurados, ponderados y
abiertos han sido minoritarios. Es por ello que me he decidido a relatar
nuestra experiencia trabajando con familias adoptivas en preparación y
Post-adopción.
Pocas veces se escribe sobre la
superación de sus traumas primarios y el papel de las familias como agentes
reparadores. Por eso me he decidido a transmitir, lo que en nuestra
experiencia, es una visión más próxima a la realidad de los niños adoptados. También
se usa comúnmente la coletilla de la “mochila de los niños”, transmitiendo con
ello la idea de que en ella portan problemas médicos y psicológicos muy serios
y difíciles de superar, atribuyendo a esta mochila la totalidad de las
dificultades que pueden aparecer en un niño adoptado. Por el contrario, una
concepción más amplia, entiende que todo niño que entra en adopción, se
encuentra con una familia. En el logro de esa confluencia se hallan tanto las
capacidades parentales, como las secuelas de los traumas físicos y psíquicos
tempranos de los niños. De modo que, a
la “mochila de los niños” habría que
agregar las “mochilas de los padres”
porque también ellas pueden impedir una buena adopción. Sin embargo, en
general, en la difusión periodística y por parte de no pocos profesionales, se
alude casi en exclusiva a “la mochila de los niños”.
A todo ello, últimamente se agrega que
los menores procedentes de los países del “Este de Europa” traen SAF (¿Todos?),
aunque la realidad de nuestro entorno de niños adoptados muestra una
variabilidad y unos logros escolares, sociales, musicales y deportivos que
desmienten una información tan generalizada y
pesimista. Al SAF de inicio se le agrega el TDAH. Este último
diagnóstico está por cierto muy cuestionado por una amplia mayoría de
profesionales de la salud mental de nuestro país, del entorno europeo y de
América, por lo que tendremos que reflexionar sobre esta aparente relación de
causa efecto que se ha establecido entre SAF y TDAH. Por otra parte, la
Generalitat de Cataluña señaló también que hay que proceder con todo rigor al
análisis y tratamiento de niños con este diagnóstico. Pareciera que hoy día no
hubiera otra patología en la infancia más allá del discutido TDAH. Esta
patología se ha convertido casi en una “epidemia diagnóstica”, a la que se
agregan también cantidad de niños no adoptados. Se habla de él como si hubiera
evidencias neurológicas y fuera incontestable, cuando el conocimiento
científico puede y debe ser cuestionado, superado y de ningún modo dogmatizado.
Además, se prescribe medicación para aminorar sus efectos, cuyas consecuencias secundarias
casi ni se mencionan.
Somos muchos los profesionales de la
salud mental que no estamos a favor de medicalizar
a la infancia de este modo, ni de que se hagan diagnósticos que más que
entender al síntoma como una señal de un trastorno intrapsíquico, un mensaje
cifrado que tiene relación con la vida
del niño, en el contexto de su vida familiar, social y escolar, se trate sólo
al síntoma y no se considere su significado, su sentido de enigma. Es verdad
que el SAF está presente en numerosos niños, no sólo institucionalizados, sino
en una mayoría de aquelloss que proceden
de hogares con padres alcohólicos, tanto en nuestro país como en otros, con
distinta incidencia. No quiero discutir este diagnóstico, sólo su ineludible
presencia en los niños que provienen de “países del este” y su utilización
hipertrofiada para explicar todo lo que le sucede a esos niños: problemas de
conducta, aprendizaje, distracción, dificultades de sociabilidad... El SAF está
presente en muchos niños institucionalizados, pero no en todos. Algunos
estudios hablan de que, por ejemplo en Rusia, el porcentaje de niños de
orfanato afectados por SAF es del 30%. De ese 30% no todos son adoptables, pues
no todos los niños de orfanato estén en condiciones de adoptabilidad.
Como he mencionado con anterioridad, una
segunda tendencia actual es la de relacionar
directamente la Hiperactividad con el SAF y explicar a través de ellos de forma
última y totalizadora todos los problemas que puedan presentar los niños
adoptados. No queremos quedarnos con una definición tan reduccionista, parcial
y poco matizada de cada niño en particular.
Desde el inicio de nuestra actividad,
entendimos que la salud de los niños era un tema fundamental a considerar en
toda su importancia. En todos los casos, aconsejamos a las familias la visita
pediátrica pre-adoptiva. Es por ello que en las distintas CC.AA. con las que
trabajamos contamos con la colaboración de médicos pediatras que nos asesoran y
que están especializados en la atención de niños adoptados. Justamente lo
hacemos para que cada familia tenga la mayor información y pueda decidir con
más elementos de juicio y con un asesoramiento profesional adecuado.
Nos parece importante también señalar
que tenemos una concepción
bio-psico-social de la salud de los menores institucionalizados y
analizamos sus historiales teniendo en cuenta factores médicos, psicológicos y
sociales: embarazos sin control médico,
con poco cuidado por su gestación, que transcurren en muchas ocasiones con
tóxicos, condiciones sociales poco propicias, situaciones en los niños de mucha
carencia que provocan “deprivación emocional”, depresiones, trastornos
psicosomáticos etc. Pequeños que han estado institucionalizados, que han
pasado por dos o tres Casas Cunas, con lazos afectivos muy precarios, que se
rompen, sueltan… por tanto, con separaciones y pérdidas reiteradas en sus
cortas vidas.
Ya desde su creación la OMS considera
que: “La
salud es un estado de completo bienestar físico, mental y social y no sólo la
ausencia de afecciones o enfermedades”. Preámbulo de la Constitución de la OMS celebrada en NY en 1946.
La consulta pre-adoptiva permite
esclarecer los diagnósticos médicos y evaluar conjuntamente con nuestro equipo
Psico-social el nivel de desarrollo y la evolución física y mental de los niños
que se asignan. Es lo que nos proponemos en todos los casos, intentar una
evaluación psico-física de los niños institucionalizados.
Sabemos que niños carenciados, que han
sufrido pérdidas tempranas, crecen con una serie de deficiencias que afectan a
su desarrollo físico y psíquico. Los traumas tempranos generan un descontrol
emocional. Nos encontramos con un psiquismo primario muy atacado por descargas
desorganizantes.
En estos años hemos aprendido también que un mal comienzo de
vida no indica necesariamente un destino funesto. A
la capacidad humana de reponerse ante los golpes de la vida, el Profesor B.
Cyrulnik la llama “resiliencia”. Los
niños adoptados son un buen ejemplo de esta capacidad. La historia de muchas
personas adoptadas adultas nos ha permitido comprobar que ha habido gente con
infancias llenas de experiencias traumáticas, abandonos, pérdidas, traumas,
trastornos por tanto de los vínculos, pero que pese a ello, lograron desarrollar y conquistar una vida creativa y
satisfactoria. Uno de ellos, es el propio Dr. Cyrulnik. Otros, Steve Jobs,
Kenizé Mourad, Coco Chanel, el Presidente de la Corte Internacional de Justicia
de Naciones Unidas, Dr. Brueguenthal. Todos ellos supieron transformar sus
traumas en creación artística e intelectual, todos ellos tuvieron infancias
marcadas por el dolor, las guerras, los abandonos o el maltrato. Por supuesto
hay muchos más, pero no son famosos.
Los estudios sobre la calidad del apego
del bebé con la madre, que realizó el Dr. Bowlby,
concluyeron que la calidad de ese apego
incide en la maduración y crecimiento del bebé. Los traumas tempranos
afectan al desarrollo físico y psíquico de un niño, por tanto, los trastornos
en la llamada “díada madre-hijo” no
favorecen el crecimiento ni la integración.
La tarea más importante del embarazo y
el primer año de vida es la constitución de un vínculo de apego seguro que
posibilite la comunicación emocional entre el niño y su madre o figura
sustituta. Es también la tarea fundamental a desarrollar por las madres
adoptivas. La comunicación visual, táctil, olfativa y auditiva genera fusiones
empáticas y ello también ocurre con las madres adoptivas. La madre o la persona
que cumple esa función es el amortiguador de las ansiedades primarias del bebé.
También el cerebro se organiza en el contexto del vínculo con otro cerebro.
Estudios realizados por el Dr. B.
Cyrulnik demostraron que las Tomografías de Cerebro realizadas a niños de 2
años adoptados en Rumania tenían diferencias muy importantes con los niños de
esa edad criados en familias. En cambio, a los 5 años, luego de vivir tres con
su familia adoptiva, esas diferencias habían disminuido o desaparecido. Es que
la falta de estimulación, los pobres intercambios, no alientan a las
conducciones neuronales que sí habían aumentado con la riqueza de los nuevos
vínculos familiares.
Si la madre no modula bien las
ansiedades del bebé, éste se desorganiza, aumentando los niveles de cortisol.
Estos niños viven entre la alarma y el pánico, ambos desorganizantes. Así
llegan también los niños adoptados, supervivientes del abandono.
Si en el embarazo predominaron las
emociones positivas tales como la tranquilidad, la alegría, el bienestar… Transmitieron
a su bebé en gestación las endorfinas. Éstas son necesarias para el inicio de
una buena vinculación, imprescindibles y son las que deberán ofrecer los padres
adoptivos.
Por tanto, cuando la figura materna o
quien cumpla dicha función, marcha adecuadamente, provee al pequeño de
estabilidad emocional y seguridad. Este sentimiento es necesario para que un
bebé se anime a explorar tanto al medio como a sí mismo. Por esa falta
imprescindible para el desarrollo de un bebé, es que los niños
institucionalizados no crecen en las mismas condiciones, ni maduran al mismo
tiempo, que los niños de la familia. La tarea reparatoria de los padres
comienza con el inicio de la relación con su hijo adoptado.
Como no han tenido una figura materna
estable, tampoco constituyeron la constancia de objeto (8º mes) La consecuencia
es su aparente sociabilidad. En apariencia estos niños no manifiestan ansiedad
ante la soledad y la pérdida, ni hacia los desconocidos. Se han dotado de una
capa anestesiante para las emociones, que los defiende al tiempo que los deja
fríos, sin palabras, ante el dolor psíquico. El establecimiento de relaciones
sociales superficiales acompaña al primer tiempo en familia, en general hasta
que empiezan a sentirse seguros de que esos padres son “para siempre”.
Por todo esto que venimos describiendo,
es que los niños institucionalizados son en su mayoría excitables,
inconstantes, ansiosos, demandantes, defendidos ante los afectos, inseguros,
con retrasos regulatorios, explosivos, irritables y desbordados de ansiedad.
Estos trastornos vinculares de diversa intensidad, van cediendo con relaciones
estables en familia y las más graves con psicoterapias adecuadas.
Cuanto más importante ha sido la
deprivación, más retracción narcisista en el niño (chupeteo, golpes en la
cabeza, rocking, balanceo, tricotilomanía, etc.), apatía, retardo en el
desarrollo, irritabilidad, descontrol de los impulsos, desborde de ansiedad,
retraso en el lenguaje, incapacidad de juego, violencia, dificultades de
aprendizaje.
Los niños que llegan en adopción han
vivido sentimientos extremos que llevan inscriptos en su cuerpo, en su memoria
inconsciente, en el “disco duro”, por decirlo metafóricamente, en recuerdos sin
palabras ni memoria consciente. Forman parte de sus experiencias traumáticas
tempranas que dejaron su marca. Los factores emocionales causan una serie de
trastornos funcionales durante la primera infancia e inciden la maduración y en
la salud.
Por todas estas razones, nos parece
fundamental no patologizar más a esta
infancia carenciada, considerando por ejemplo que lo más importante y
exclusivo de su vida pasó en su embarazo, dejando todos estos factores psicosociales
de lado y olvidando también que la recuperación de ese niño está mediada por la
forma en que la familia lo incluye y educa. Últimamente somos testigos de cómo
se minimizan estos factores psicosociales y se hipertrofian las explicaciones
neurobiológicas que no analizan las circunstancias personales y familiares de
cada niño. El tan sonado diagnóstico de TDAH es un buen ejemplo de ello y su
asociación con el SAF contribuye a dar una explicación reduccionista de la vida
del niño.
Comprobamos en la práctica diaria que a
los niños adoptados, desde su llegada, se les cuelgan muchas veces diagnósticos-etiqueta, sin que se les
dé tiempo a adaptarse, ni se entienda la desorganización que supone el
ajustarse a un medio tan nuevo y diferente. También sabemos que en muchos
diagnósticos psicológicos o médicos no se los escucha, no se establece un tiempo para crear una
relación de confianza con ellos, tampoco se atiende a su historia y ni siquiera
a su momento actual y se da por descontado que los problemas que presentan son
consecuencia de “condiciones neurobiológicas”. En ese marco teórico no se
trabaja con los niños para que, a través del juego y la palabra, nos puedan
“hablar” de su malestar, de sus temores a un nuevo abandono, al rechazo, de los
sentimientos que experimentan cuando van creciendo y tratan de comprender el
sentido de su vida y el porqué de su abandono y de su adopción y cómo sus
padres los ayudan o no en ese recorrido…
Los trastornos por traumas tempranos se
confunden a veces con otros cuadros psicopatológicos. Se medica antes de
escuchar la palabra del niño y hacer hablar a su juego creativo y curativo para
elaborar sus traumas tempranos. La medicación por sí misma, no sólo no los
resuelve, sino que los cronifica.
Tratemos de entender la policausalidad
de la enfermedad atendiendo a factores constitucionales, hereditarios y
ambientales, incluyendo entre estos últimos, las experiencias traumáticas.
Hoy día, en que la biología
queda a veces como verdad última y definitiva, se dejan de lado como irrelevantes
otros modos de comprensión y conceptualización del problema que presentan los
niños y su sentido. De este modo, se pierde lo más particular e íntimo de la
experiencia única del sujeto que hace a la peculiaridad de su psiquismo.
No quisiera terminar este artículo sin
señalar que muchas de estas carencias, de estos desajustes, de esta inmadurez
emocional… se solucionan con la entrada en familia y el aporte de amor,
dedicación y tolerancia a las dificultades de los pequeños que asumen éstas. Es
por eso que la primera y más importante terapéutica para el desamparo es el
cobijo de la familia. El segundo paso será entender el período de adaptación del
hijo adoptado sin colgarle falsas etiquetas ni pretender normalizar
apresuradamente, llevándolo por ejemplo enseguida a la escuela.
Saber desde su corazón que empieza a crecer para alguien. Es
lo que inicia la cicatrización de las heridas y permite superar poco a poco el
duelo por lo perdido, su único mundo hasta ese momento: sus cuidadoras, sus
compañeritos, sus olores, su comida, su hábitat, su lengua, etc. Es el comienzo
de su curación. Luego, en función de cómo evolucione,
se procederá a atender a sus áreas más rezagadas con una asistencia profesional
especializada, para ir gradualmente resolviéndolas.
El impacto del trauma temprano en lo
físico es lo primero que el niño recupera.
Por lo tanto, en todo estudio sobre las
características de los niños adoptados debieran analizarse algunas cuestiones
medulares a su identidad que dependen de los padres y de su capacidad de
funcionar con competencias parentales adecuadas.
Muchas
veces los niños adoptados repiten patrones negativos aprendidos otrora que ya
no son acordes con el nuevo modelo familiar, pero que fueron incorporados por
ellos en su momento y ahora son disfuncionales. También es frecuente que se
sientan responsable s (los pequeños) de haber sido separados de su familia de
origen, abandonados y que, en lugar de superarlo se dediquen a castigarse y/o
castigar a sus padres en un modo repetitivo y desgarrante (por sentimientos
inconscientes de culpa).
Los
traumas de su historia vital los irán resolviendo si fuera necesario en el
marco de una psicoterapia pero las trampas inconscientes a las que someten a su
actual familia y las respuestas de ésta, reproducirán conflictos ad infinitum si los padres adoptivos no
entienden las razones de lo que allí está ocurriendo y se enzarzan en
discusiones y/o peleas constantes perdiendo el control unos y otros.
Analizaremos ahora algunas competencias
parentales que son necesarias:
- El papel de la familia es fundamental como reparador de
los menores. La estabilidad familiar genera seguridad y tranquilidad emocional. La vinculación familiar, la
creación de confianza, el establecimiento de normas y límites claros son factores imprescindibles
para una buena integración de los hijos adoptivos. Las disfunciones vinculares de
los niños que han padecido
deprivación afectiva se transforman con el establecimiento de roles claros y
diferenciados de cada uno de los miembros de la familia. Cuidarlos, darles cariño,
evitar la victimización y la sobreprotección. Ser tolerantes con sus
dificultades y confiar en su resolución progresiva.
- La elaboración del duelo por la no
concepción de ese niño que ha tenido otros padres biológicos, es una condición
previa necesaria y anterior a la llegada del hijo adoptivo porque redundará en la capacidad parental
de afrontar su historia de vida anterior a la adopción. Desde su propio dolor
los padres podrán acompañar y entender
el dolor y los sentimientos encontrados de los hijos. Este duelo de los padres se sabe si ha sido superado après coup, es decir a posteriori, por la capacidad de aceptar la
historia previa del hijo.
Respeto por el origen del hijo. - Mantener su nombre original como signo
de su aceptación y respeto por su historia.
El nombre es prácticamente lo único que trae del país de origen, además
de sus vivencias y recuerdos. Es parte fundamental de su identidad.
- Acompañar a los
hijos en el tema de la elaboración de la historia de vida. Es imprescindible realizar este trabajo, sin él no pueden los hijos procesar
adecuadamente su adopción.
- La escolarización del
menor adoptado. Esta es una cuestión especial,
fundamental con los padres adoptivos por su papel fundamental en la prevención
de futuros problemas, tanto a nivel de rendimiento académico, como de desempeño
social. La escolarización próxima a la llegada del niño a la familia es un
factor de riesgo de fracaso en la integración familiar.
- En
suma: la adopción subjetiva
de un menor es un proceso mutuo de acoplamiento padres-hijo y las
dificultades que surgen pueden deberse tanto a las características del niño,
como a las dificultades parentales para entender y superar los desafíos que
implican la reparación de un niño dañado por traumas tempranos.
En definitiva, nuestro objetivo
principal es transmitir a los padres la idea de que una adopción exitosa es aquella donde
hijos y padres pueden hablar abiertamente sobre muchos temas que hacen a una resignificación e integración de su historia.
No se pueden dejar
fuera los primeros años de su vida y su sentimiento de ser diferente o su creencia
negativa sobre si mismo, suponiendo que hizo algo malo y por ello lo han abandonado sus padres de
nacimiento. Tampoco
hay que pensar que todo lo que ocurre en la vida de un
niño adoptado, tiene
que ver con su condición particular de entrada en la familia.
El hecho de que tantos niños adoptados
hayan crecido bien en familia y presenten un buen ajuste personal, nos indica
que un buen número de familias adoptantes han entendido la implicación personal
de ellos en la recuperación de sus hijos y los han aceptado con sus logros y
dificultades, como lo hace cualquier padre responsable y comprometido.
Beatriz Salzberg
Psicóloga especialista en clínica/Psicoanalista
Directora del Área Psicosocial de
Créixer Junts
Barcelona, 2 de junio de 2015