jueves, 6 de octubre de 2016

SAF: La nueva piedra filosofal de la adopción y una etiqueta más


He terminado de leer el diario del día 29 de septiembre, con una mezcla de tristeza y dolor. ¿Qué se está moviendo para que cada tres o cuatro semanas, un diario tan prestigioso como La Vanguardia, nos regale las “perlas” de unos artículos periodísticos que alarman a las familias y estigmatizan a los niños venidos de los así llamados “Países del Este”?

El artículo es incoherente.  Nos comentan que las secuelas de este síndrome afectan a 2000 o 3000 niños, de modo tan impreciso. Además, que perturba de tal modo el desarrollo de estos niños que es una auténtica “bomba asistencial”. El estudio se pone en marcha la semana próxima, pero ya se saben los resultados, o sea que llegaron antes las conclusiones que el estudio.

Varios de estos niños afectados nos dicen, se enfrentan a una amplia lista de trastornos cognitivos, de comportamiento y aprendizaje. Otros tantos niños españoles de nacimiento afrontan los mismos trastornos, de modo que no queda claro cómo han llegado a precisar los factores consecuentes del SAF, pues coinciden con los atribuidos al TDAH. Cuando los niños son inquietos, se distraen con facilidad y no atienden bien en clase, hoy día mucha gente atribuye todo ello al TDAH y se los envía al neuropsiquiatra para que dictamine si lo padecen; entonces les recetan la pócima maravillosa en forma de droga, el metilfedinato. ¡Hasta la OCU (Unión de Consumidores) ha alertado sobre la excesiva medicalización de la infancia en España!

El comentario más ponderado de este artículo es el de la Dra. V. Fumado, que señala que el “patrón de consumo es diferente y más intenso en esos países que aquí, aunque tampoco hay una relación clara entre unas cantidades de alcohol y más o menos trastornos”. A lo que yo agregaría que los efectos del alcohol podrán ser leves, medios o graves, como en otras enfermedades. Dependerán también de otros factores tales como las cantidades de ingesta alcohólica, la edad de las gestantes, el período de la gestación, etc.

Después de 20 años dedicada a la infancia adoptada, de haber acompañado y contenido emocionalmente a muchas familias, de haber comprendido los efectos que produce en el niño el desamparo, la institucionalización y la “deprivación emocional” que comportan, ahora nos enteramos que todo eso no importa, porque lo grave es lo que ha ocurrido en el embarazo del cual la vida posterior, es sólo un anexo.

Sabemos, sin embargo, que la adopción y el cobijo familiar es la primera forma de recuperación del niño desamparado. También hemos aprendido que es muy difícil hacer diagnósticos diferenciales entre lo biológico y lo psíquico tan tempranos pues en los dos primeros años de vida mucha sintomatología es psicosomática. Hay síndromes como el “enanismo psicosocial” que ocurren sin patología de hormona de crecimiento, en contextos muy disfuncionales para el niño. Cuando éste cambia de medio, se recupera y crece, vuelto a su familia, detiene nuevamente el crecimiento. Algo similar ocurre con los niños adoptados. En la institución, debido a muchos factores y también a la depresión por el desamparo, suelen ser bajitos y flaquitos, cuando entran en familia con el baño de cariño, cuidado y protección que reciben, comienzan a crecer. Hay niños que, en el primer año de convivencia, crecen 1 cm. por mes el primer año y engordan también a una velocidad superior. Por otra parte, sus retrasos madurativos comienzan a resolverse.

Hemos aprendido que una adopción que funciona, requiere unos padres con capacidad de introspección, de interrogarse sobre su función parental, sobre cuándo es necesario consultar con un especialista, con capacidad de asumir las dificultades en la crianza de sus hijos sin negarlas, restarles importancia, y en cambio, culpar al niño por ello. Nuestra experiencia trabajando de este modo es positiva, los niños progresan y van encontrando una vida más protegida y tranquila. Muchas de estas familias ya tienen hijos adolescentes que van transitando con más o menos problemas esta etapa, como los otros adolescentes. No ocurre lo mismo con los padres autoritarios, rígidos, muy ocupados en su vida laboral, que no pueden dedicar tiempo y atención a sus hijos. Padres que los inscriben desde la llegada a la familia en el curso correspondiente por edad, en horario completo, de 9 a 5 de la tarde. Padres más preocupados por los aprendizajes que por su creciente bienestar emocional personal, escolar y social. Es por ello que no atienden a su nivel de madurez emocional y desarrollo alcanzado. Son estos los padres que tienen dificultades para conectar con el entramado emocional de sus hijos. Las familias que reconocen la integración familiar como un momento de cambio, difícil pero necesario, productivo, como un proceso largo y complejo, con momentos duros, con dificultades en la adaptación al nuevo medio de sus hijos, son las que logran un mejor ajuste. Son las que entienden mejor los períodos de mayor ansiedad para los pequeños, como es el momento del ingreso escolar, conscientes del miedo que tienen a perder a sus padres, la intensa ansiedad de separación que presentan.  Los padres que dedicaron un tiempo conjunto importante al inicio de la convivencia con sus hijos, manteniendo rutinas estables, saben que fue un tiempo propicio para el establecimiento de vínculos lo más seguros posibles. Son los que reconocen un bienestar creciente cuando se van reacomodando todos a la nueva situación familiar.

Consideramos que los niños adoptados, para crecer y superar sus traumas tempranos, necesitan sentir a sus padres incondicionales, tolerantes con sus dificultades, dispuestos a ayudarlos, a escucharlos, a jugar con ellos, a dialogar, a disfrutar juntos, a acercarse empáticamente a sus emociones, a trabajar con sus niños sobre toda la historia de su vida, en especial la que ha ocurrido cuando no habían aún formado la familia. O sea, padres que abren el camino para que sus hijos entiendan el sentido de tantos cambios habidos en su corta vida. Pero al mismo tiempo, son padres conscientes que sus historias de vida pudieron dejar algunas marcas que impedirán una total recuperación, pues el efecto del desamparo no es igual para todos los niños. Hay diferencias individuales, algunos niños tienen más capacidad de superación que otros, mayor capacidad de resiliencia, etc. Pero la aceptación incondicional de los padres hacia sus hijos, la tolerancia con sus limitaciones es fundamental. Los hijos deben sentirse seguros de su lugar filial, de su pertenencia a esa familia, como cualquier otro hijo. Para lograrlo, también los padres deben poder asumir sus propias frustraciones y dificultades. Es decir, los límites de cada uno.

Reducir toda esta complejidad del proceso adoptivo que he descrito a una única causa, es minimizar los muchos factores intervinientes. Es reducir a lo biológico algo que es también psicológico: la asunción interna de ese niño ajeno a ellos que han hecho hijo, que concluye en el momento que el hijo los adopta a su vez como padres. Es simplificar un proceso simbólico, cultural, social y familiar. Es también desconocer el peso de la familia, del papel afectivo y normativo que ésta tiene, del cambio ocurrido en sus vidas desde el momento que sus hijos han dejado de ser supervivientes, para volver a ser niños, porque recuperaron la infancia, la pertenencia y la protección familiar.

Beatriz Salzberg

Psicóloga especialista en clínica/Psicoanalista

Directora del Área Psicosocial de Kune

Barcelona 5 de octubre de 2016