miércoles, 25 de mayo de 2011

TIERRAS DE ORIGEN 7. SOBRE LA FAMILIA.


No es este el foro apropiado para abrir un debate sobre la conveniencia de cerrar filas sobre unos valores tradicionales y autóctonos, o, por el contrario encaminarnos hacia la apertura de una amplia sociedad multicultural. En este mundo totalmente globalizado muchas son las voces que hablan de la incompatibilidad de determinados referentes culturales que pueden llegar distanciar a los pueblos en un proceso en donde antaño los intercambios comerciales y las comunicaciones los habían ido acercando y homogeneizando. Pero también, otros intereses anhelan tímidamente el acercamiento de civilizaciones históricamente difíciles de compaginar y apuestan claramente por la viabilidad de una convivencia pluricultural, como es el caso de una expectante Turquía tocando a la puerta de una escéptica Europa. En un extremo, situaríamos a Huntington con su polémica teoría del “Choque de Civilizaciones”, y del otro, a melifluas políticas exteriores de algunos países en busca de unas precarias alianzas que en absoluto son aceptadas por el crudo pragmatismo de los principales agentes de la comunidad internacional.

Sin embargo, a pesar de vivir un mundo cada vez más interconectado, nuestro imaginario ha sido moldeado para pensar en pequeñas unidades: Familia, pueblo, comunidad… En el siglo pasado se pensaba en clave de nación, o, como mucho, los más visionarios, en dimensiones continentales. Pero ni hemos sido educados ni parece que tengamos un natural predispuesto para pensar a escala global y comprender lo que realmente puede llegar a significar, ni para mentalizarnos en reflexionar sobre las innegables consecuencias derivadas de tanta intercomunicación y globalización, ni de cómo otras lejanas partes del planeta influyen en nosotros o como influimos nosotros en ellas.

Por su parte, el reducido mundo de las adopciones, por proceder siempre de unas motivaciones personales se circunscribe este a un marco, a priori, ajeno a todos estos grandes y transcendentales movimientos sociales que están provocando la permanente redefinición del futuro de la Humanidad. No obstante, si nos situamos con cierta perspectiva sociológica en el ámbito preciso de las adopciones internacionales, podemos observar lo siguiente:

Es cierto que las adopciones son un fenómeno derivado de una motivación y voluntad individuales. Por lo tanto podrían ser consideradas, en un principio, como apolíticas o asociales, más propias de estudio por parte de los psicólogos que de los sociólogos. Pero, dado el número creciente de menores adoptados que año tras año van llegando a nuestro país, no podemos negar que responden a una demanda colectiva y que por su volumen creciente los procesos adoptivos no dejan de tener consecuencias demográficas y por lo tanto, sociales. No hablamos en absoluto de aquellas políticas demográficas históricamente orquestadas y tan denostables como la “solución final” del nazismo o tan expansiva como la del “semen de Alá” de cierto integrismo islámico. Ni siquiera de la tan restrictiva Ley China del Hijo Único que sí ha tenido importantes consecuencias reales en el ámbito de la adopción internacional. No; la adopción internacional no responde a una estrategia política y demográfica concreta. Es simplemente una migración lenta y silenciosa, consentida y regulada, eso sí, tanto por los países emisores como receptores, que producen importantes consecuencias e intercambios culturales que, aunque difíciles de evaluar, son cada vez más evidentes: Son muchos miles los niños adoptados en lejanas TIERRAS DE ORIGEN que en los últimos 15 años han ido llegando y se han ido integrando en sus respectivos ámbitos familiares y culturales, revitalizando y diversificando nuestra envejecida sociedad.

Les pediría ahora que pensaran al revés, de como la incorporación de un menor adoptado ha ido cambiando a su vez los propios valores y comportamientos de las familias adoptivas españolas. Como estas pasan de la angustia inicial de verse obligadas a elegir un país que de forma casi mayoritaria desconocen con el fin de obtener la tan ansiada idoneidad y de cómo, ya inmersas psicológicamente en el proceso de adopción se van, de forma natural, abriendo hacia otras culturas muy alejadas de la nuestra; de cómo han ido enriqueciendo y agrandando, gracias al hecho de la adopción, su particular percepción, originariamente algo reduccionista, eurocentrista y localista, del mundo en que vivimos. Es decir, si bien la adopción es un acto personal o de pareja y que pertenece claramente al ámbito de las emociones individuales e intimas, tampoco podemos obviar sus consecuencias sociales a medio y largo plazo, ni su evidente componente de interculturalidad.

Para nosotros, las adopciones internacionales tienen definitivamente una impronta multicultural y de acercamiento efectivo, de tolerancia y comprensión que estamos seguros que puede suponer un avance al entendimiento entre pueblos y culturas diferentes, además de trascender, de forma respetuosa pero profunda, al agrio debate entre” choque y alianzas de civilizaciones” con el que encabezábamos estas reflexiones. Las adopciones internacionales son un vehículo perfecto, eso sí a escala reducida, para que nos vayamos adaptando a esta nueva situación global tan radicalmente diferente a la teníamos no hace demasiado tiempo.

Por ello, tal como hemos venido preconizando desde este espacio, consideramos que los padres adoptantes que vayan a adoptar o los adoptivos que lo hayan hecho ya deben de intentar trascender su muy legítima motivación personal de ampliar y consolidar una familia buscando todos los elementos interculturales posibles que faciliten la integración de su hijo y la comprensión de los valores culturales de sus lejanas TIERRAS DE ORIGEN. Esto les beneficiará en todo caso como individuos. Pero con el aumento de estos elementos de comprensión se verá reforzada también su tolerancia a lo diferente o a lo adverso, indispensable en todo proceso adoptivo; se respetarán mejor los derechos del menor de no perder definitivamente los lazos con sus orígenes, pero también, supondrá una aportación beneficiosa a la colectividad como agentes sociales que son. Porque en definitiva, la nueva familia que surge de una adopción internacional es, o al menos debería intentar ser, un verdadero puente cultural de tolerancia entre LAS TIERRAS DE ORIGEN y las tierras de acogida, como la nuestra.

Para ello no hace falta remontarse a ilustres pensadores de todo color y condición para entender que la familia es la organización social básica de la cual derivan todos aquellos valores éticos, comportamientos sociales y todas aquellas relaciones jurídicas y económicas que van configurando y articulando al resto de los mecanismos de cada sociedad. Por lo tanto, si pretendemos entender algo del funcionamiento e idiosincrasia de un pueblo debemos de comenzar por conocer como se institucionalizan sus respectivas relaciones de parentesco:

Históricamente no se puede hablar de un modelo universal de familia. La antropología entiende que no hay una forma única a través de la Historia. Si nos sumergimos en las entretelas de nuestros orígenes como especie, las evidencias arqueológicas nos llevan a unas sociedades primitivas autárquicas e itinerantes. También de marcado carácter matriarcal y matrilineal, en donde prevalecían las relaciones de género muy abiertas y exentas de parejas estables, en donde sexo y ceremonias orgiásticas del culto a la naturaleza de carácter mágico se confundían, y en donde la mujer era deificada por su milagrosa condición de madre al no haber en este mundo “mágico, natural y femenino” una clara vinculación precientífica entre cópula y maternidad y en donde los hombres se dedicaban colectivamente a cazar para todo el clan y a la defensa grupal. Las Venus prehistóricas, como la de Willendorf, serían sus manifestaciones artísticas más emblemáticas.

Más adelante se dan los pasos necesarios para evolucionar hacia un modelo patriarcal y patrilineal: Aparecen la agricultura y el asentamiento. Con ella, la aparición de la propiedad privada; la necesaria incorporación de la mujer a las faenas productivas consolidándose así la familia nuclear como una unidad de producción. Las relaciones de género cerradas formándose parejas estables. La defensa, por parte del hombre, de sus posesiones y sobre todo de “su producción” y la simultánea aparición de los primeros cultos religiosos de corte patriarcal como vía de perpetuación de este modelo masculino de orden social. La formación de parejas estables en un mundo que inicia la vía precientífica pone en evidencia la relación directa entre sexualidad y procreación, provocando la paulatina institucionalización del papel procreador del hombre, haciendo todo ello que la mujer pasase de la posición privilegiada que ostentaba en la anterior fase “mágica” a un papel más subordinado en esta. Se configura así, y con todos estos elementos, las bases del modelo de familia más o menos monogámica, patriarcal y patrilineal actual.

Hoy en día sí podemos hablar de un modelo prevalente que se corresponde en mayor o menor medida con lo que entendemos tradicionalmente por familia judeo-cristiana. Pero esta se ve en la actualidad sometida a múltiples factores de cambio, entre los que destaca el creciente protagonismo de la mujer. De condicionantes socioeconómicos con los que la familia ha dejado ser una unidad (rural) de producción y se ha convertido en la unidad (urbana) de consumo, o, incluso importantes innovaciones procedentes de la bio-tecnología que ofrecen nuevos agentes procreadores en la formación biológica de un nuevo ser humano. Sin olvidar las recientes reformulaciones sociales de la unión de parejas del mismo sexo plasmadas, o no, en nuevas, y no exentas de polémica, instituciones de derecho civil.

Aunque cabe añadir que dicho modelo clásico de familia nuclear, monogámica y patriarcal que definíamos como judeo-cristiana haya podido surgir también en otras regiones totalmente alejadas del aquel ámbito histórico por la simple coincidencia de elementos comunes relativos al grado y forma de desarrollo económico o por la influencia de una religión de corte patriarcal cuyo fundamento era el culto a los antepasados masculinos (judaísmo, cristianismo, islamismo), y no en un código de creencias basadas en el culto a la madre naturaleza de orientación femenina (animismo, chamanismo, y de alguna manera el budismo).

No puedo dejar de comentar que la correlación entre diferentes modelos socioeconómicos, diversos fundamentos religiosos (culto a los antepasados frente a culto a la naturaleza) y la adopción de formas y estructuras de parentesco matriarcales o patriarcales, monogámicas, endogámicas, poligamicas o poliándricas de las familias son objeto de profundos estudios y constituyen uno de los más interesantes meollos de la antropología moderna aunque, desborden, lógicamente, el modesto ámbito de esta entrega de TIERRAS DE ORIGEN.

Haciendo un recorrido menos académico por los países en donde las familias de Creixer Junts adoptan, nos encontramos en primer lugar con una Polonia en donde el modelo clásico de familia se manifiesta probablemente en el estado más puro. Por sus singularidades históricas y muy especialmente por la fuerte impronta católica de la mayoría de la sociedad, el modelo judeo-cristiano pervive todavía casi intacto, eso sí, con las alteraciones propias de una sociedad occidental desarrollada, en donde la familia ha dejado de ser hace tiempo una unidad de producción para convertirse en una unidad de consumo y con las lógicas tendencias secularizadoras que van paulatinamente introduciendo en su seno.

Por lo que respecta a la Federación Rusa, salvando la enorme diversidad de etnias minoritarias con sus propias costumbres y relaciones familiares (véase TIERRAS DE ORIGEN 3) podemos decir que para la mayor parte de la población, tras un largo periodo sin referentes oficiales religiosos, seguido de un brusco desmoronamiento de los valores éticos acaecidos simultáneamente a la caída del régimen socialista, y con la consiguiente aparición de un proceso acelerado de globalización intensiva, en su conjunto, han hecho que la formulación clásica de la familia rusa entre en franca descomposición: Escasa estabilidad matrimonial, divorcios exprés, devaluación progresiva de la otrora muy ensalzada figura materna, procreación ajena al matrimonio, nuevas formulaciones familiares con hijos de diferentes progenitores etc. Circunstancias todas ellas de no pocas consecuencias para la adopción internacional en este país. Pero en definitiva y en grandes líneas, nada demasiado diferente a lo que está ocurriendo con la familia tradicional en España y en otros entornos occidentales.

En buena parte de Filipinas,- con excepción de las islas del Sur, de fuerte influencia islámica-, la familia tradicional filipina se encuentra dividida entre unos principios marcadamente cristianos,- no en balde España estuvo presente durante más de tres siglos-, con los elementos de descomposición propios de las economías subdesarrolladas y cuya manifestación más sangrante es la ingente proliferación de “niños de la calle” como brutal elemento de desestructuración social que perpetuará, si no se remedia, un crecimiento recurrentemente desigual.

Por su parte la familia vietnamita está hoy en día probablemente inmersa en un periodo de redefinición. Por un lado tenemos fuertes influencias orientales procedentes de sus vecinos del Norte, en donde tradicionalmente el componente matrilineal era evidente. Piensen que en chino mandarin el término “apellido” equivale a “nacido de mujer” y que en la provincia china de Yunnan, fronteriza con Vietnam, el mismo término “apellido” para determinadas etnias significa “descendiente del tío materno”;y que no muy lejos de ahí se encuentran todavía, aunque, eso sí, en vías de clara extinción, los últimos reductos del planeta de sociedades abiertamente matrilineales y poliándricas que se desarrollaron por la conjunción de multitud de adversos factores geográficos, económicos,- como el pastoreo itinerante,- y religiosos como los diferentes cultos y respeto a la Naturaleza. Sin embargo, por otro lado, una fuerte presencia colonial francesa con sus consabidos valores “judeo-cristianos”, junto con la posterior mezcla de un ambiguo reconocimiento de la igualdad de la mujer por parte de los regímenes socialistas y sobre todo, la necesidad imperiosa de una reconstrucción nacional tras treinta y cinco años de guerra y exterminio poblacional, han modelado una última generación de familia vietnamita que podríamos definir como bastante clásica, relativamente patriarcal, monogámica y ávida de hijos, en la medida que su emergente economía se lo vaya permitiendo.

Pero con respecto a las estructuras y relaciones de parentesco de todos los “TERRITORIOS CREIXER JUNTS”, Senegal se lleva, sin duda, la palma. Por ello y por la necesidad de más espacio para analizar las múltiples singularidades de la familia senegalesa que podríamos situar en las antípodas de nuestra concepción de la misma, esta será objeto de un apartado diferenciado y abierto para aquellos que se atrevan acometer su farragosa lectura.


Mayo 2011

LA FAMILIA SENEGALESA

La familia puede considerarse el eje vertebrador de todas las relaciones sociales en Senegal. Sociológicamente la familia supone el pilar sobre el que se asientan todos los mecanismos sociales incluyendo las estructuras ideológicas, religiosas, políticas y educacionales. Asimismo forma, junto con los conceptos de solidaridad y hospitalidad, uno de los tres valores supremos que definen al pueblo senegalés y a la noble mentalidad que caracteriza a sus individuos.

No obstante, para intentar entender el verdadero significado del término “familia” en el seno de la sociedad senegalesa tendremos previamente que desembarazarnos de cualquier idea o tópico preestablecido procedente de nuestro entorno más marcadamente “eurocentrista”:

Al igual que en la mayoría de los países africanos, la familia senegalesa no se circunscribe a una célula nuclear con varios grados de parentesco en perfecto orden genealógico: padres, hijos, abuelos, tíos etc. Porque en el fondo, la familia actual africana no es más que la extensión de un ancestral existir tribal y engloba a todos aquellos que viven bajo el mismo techo, enclave o incluso barrio, independientemente de sus vinculaciones “sanguíneas”. También incluye a todos los que compartan el mismo apellido. Y por último se hace extensible asimismo a todos aquellos que se vinculan por fuertes lazos afectivos de vecindad o de amistad y a los conocidos de “toda la vida”.

Así, no es de extrañar que cuando viajamos por África tengamos la sensación permanente que todos son familia de todos. Que todos son hermanos o primos entre sí. Porque la familia africana y por extensión la senegalesa es un universo muy complejo cuya finalidad última no es la de la mera identificación de sus integrantes, ni siquiera la de crear un vinculo con consecuencias jurídicas de todo tipo, incluyendo aquellas que vienen derivadas de la propiedad. Su configuración amplia y su primordial razón de ser son la de permitir a estos mismos individuos sentirse de alguna manera miembros de un colectivo protector bajo cuyas amplias ramificaciones todos tienen la obligación de ser consecuentes, hospitalarios y solidarios.

Con todas las salvedades antropológicas y éticas,- sociológicamente hablando-, la familia africana tiene un fortísimo componente de cohesión grupal más cercano al concepto de “familia” siciliana que al de nuclear occidental. El origen evidente de tan fuertes lazos de solidaridad y de cohesión grupal no viene dado por referentes morales o éticos, sino por la adversidad permanente en el que viven los africanos. Tan estrechos lazos grupales se dan también en otros grupos sometidos a fuertes dificultades comunes, tan heterogéneos como puedan ser una compañía militar en pleno escenario bélico, un equipo deportivo en competición, los navegantes o los montañeros. Es el “hoy por mí, mañana por ti”. Eso sí, institucionalizado, al menos consuetudinariamente, como pilar básico de la supervivencia individual y grupal de los africanos.

Cuando hablábamos del nacimiento de la familia “moderna” la vinculábamos al establecimiento estable de la agricultura, y con ella de la propiedad privada, en donde cada familia se convertía en una unidad de producción inserta en un marco ideológico precientífico que favoreció la aparición de los grandes cultos de corte patriarcal que fueron poco a poco devaluando el ámbito de lo “mágico”. Pero históricamente este fenómeno apenas se ha dado en África. Varios son los componentes a incluir en el modelo africano:

Unas inmensas tierras fuertemente despobladas situadas en unos ámbitos climáticos, por lo general, adversos. Unas prácticas ganaderas generalizadas y nómadas. Unas escasas y muy rudimentarias técnicas agrícolas que requerían que la unidad de producción fuera más bien una colectividad de varios individuos itinerantes que cambiaban de territorio una vez agotadas las tierras y que rara vez necesitaron de la consolidación de la propiedad privada y de un marco legal y de unas estructuras políticas que las preservasen. (Las cuales han supuesto históricamente los requisitos y las bases necesarias para la consolidación de las organizaciones sociales de mayor tamaño hasta llegar de la familia a la comunidad y finalmente al Estado moderno). Fuertes componentes grupales y solidarios con la tribu, pero escaso espíritu de familia nuclear tal como la entendemos los occidentales y con un código de creencias mágicas muy cercanas a la Naturaleza como es el animismo.

Entre todos estos elementos fueron dando forma a un tipo de familia que luego se iría transformando a medida que llegaba la fase de aculturización islámica y su posterior tendencia al sincretismo al fusionarse con el “mágico" y ancestral animismo africano.

Otro elemento diferenciador de la familia senegalesa con respecto a la judeo-cristiana es la cuestión de los términos lingüísticos cuyas traducciones, por regla general, suelen ser cualquier cosa menos afortunadas. Porque en el fondo no se pueden traducir conceptos diferentes ya que nos encontramos que estas denominaciones africanas no son extrapolables a nuestra cultura ni a nuestro idioma porque buena parte de sus relaciones de parentesco son inexistentes en nuestro ámbito cultural. De este modo, en Senegal nuestra tía materna será, para los senegaleses nuestra madre toda vez que las hermanas de nuestras abuelas no serán nuestras tías abuelas sino nuestras abuelas a ojos de la sociedad africana. Si seguimos este proceso de exploración antropológica de las peculiares relaciones de parentesco senegalesas, nos topamos con el sorprendente hecho de que nuestros sobrinos de sangre serán considerados y llamados como nuestros hijos. Y si proseguimos y complicamos aun más las relaciones de parentesco con la vastísima figura del primo, dado que todos los familiares y, recuerden lo que es un familiar africano, que se sitúen en un mismo rango generacional de nuestros primos sanguíneos, todos ellos serán a su vez considerados verdaderamente primos nuestros. Si a esto añadimos que el fenómeno de la poligamia está muy extendido en Senegal y que a los vecinos y amigos de toda la vida también los consideramos nuestros familiares, figúrense lo que es hacer un árbol genealógico senegalés. ¡Sería más grande que el mayor de los baobabs!

Todo este amplísimo entramado familiar produce a su vez toda una ramificación de consecuencias sociales de importancia capital para entender la sociedad senegalesa. Por ejemplo, en el ámbito educativo y a la transmisión de valores, este no se circunscribe como en nuestro entorno a los padres biológicos y nucleares, sino que abarca a un gran número de parientes que en función del momento, de la edad y de las circunstancias también juegan un vital rol educativo en la formación de los menores.

También resulta fácil de comprobar como la “solidaridad familiar” frena la libre competencia en el mercado, así como puede llegar a desvirtuar asimismo el libre ejercicio de unos derechos individuales con las casi obligadas adscripciones “familiares a la cofradía de línea paterna”, con su correspondiente voto político clientelar. Todo un conjunto de condicionantes que se sitúan en las antípodas de lo que aquel “espíritu calvinista”, tan ensalzado por Max Webber, ha permitido a las modernas economías de mercado salir del pensamiento y sistema gremiales, e ir progresando.

Aunque sin ánimo de agotarles si creo que vale la pena que profundicemos un poco y ordenemos racionalmente este aparente caos que constituye el modelo familiar senegalés:

El modo de filiación wolof (etnia mayoritaria y culturalmente hegemónica de Senegal) es bilineal. Es decir, que es patrilineal y matrilineal simultáneamente, por lo que los hijos biológicos pasan a formar parte del grupo familiar materno además del paterno desde el mismo instante de su nacimiento y mantienen esta doble filiación,- no jurídica,- toda su vida. (Difícilmente acoplable en un código civil de origen napoleónico).

Esta doble adscripción familiar reúne atributos que se complementan: La vinculación matrilineal tiene un contenido de carácter biológico, “sanguíneo”, fundamento de toda vinculación de parentesco. Constituye los profundos lazos psicosociales que unen solidariamente al individuo con sus familiares y con los que se proporcionan mutuamente ayuda y hospitalidad de por vida. Por su parte, en el linaje patrilineal la vinculación biológica es secundaria porque su contenido es más bien social y político. Por medio de la familia paterna se transmiten los grandes valores como el prestigio, el honor o el valor. Dentro de un sistema de semicastas como es el senegalés el posicionamiento social vienen dado por la rama paterna, lo que implica la posible y tradicional adscripción gremial de un oficio o a una cofradía religiosa de padres biológicos a hijos biológicos. Dicho en términos académicos, es al linaje “agnaticio” al que pertenece socialmente el hijo, aunque popularmente todo el mundo admite la primacía “sentimental” del linaje “uterino".

Pero si seguimos explorando la cuestión del linaje y la terminología del parentesco observamos que el posicionamiento generacional se presenta como el elemento determinante en el sistema familiar wolof. Porque un solo término indica varios parientes a la vez que pertenecen a la misma generación.

La cosa se complica cuando nos damos cuenta de la ausencia en wolof de algún término diferenciador propiamente dicho que se refiera al parentesco biológico de “padre” o “madre”. La palabra “waa-sur” designa a “los que han procreado”, no a “los que te han procreado”. Es decir, son padres y madres genéricos, no de un menor concreto afiliado a su estirpe. Pero, por el contrario, el término”Bay” es aplicable al padre biológico, pero también a sus hermanos y a los primos agnaticios o de linaje patrilineal. Por su parte el término “Ndey” o “yaay” no solo designa a la madre, pero también a sus hermanas y primas de origen uterino y, por extensión, todas las mujeres cercanas de la misma generación con la excepción de la tía paterna. Para esta última hay un término concreto que es “Bajjan” compartido con todas las “familiares” del padre pertenecientes a esa generación. Como contrapartida al tío materno se le llama “Nijaay” junto a cualquier otro familiar varón por linaje materno perteneciente a la generación anterior a uno mismo. (Con esto queda perfectamente aclarado lo que para los occidentales nos parece una farsa y una excusa para no cumplir con sus obligaciones: Como los senegaleses están periódicamente enterrando a sus “madres” y a sus “padres”, sin pudor alguno, en repetidas ocasiones incluso varias veces al año…Lo que aclara la antropología ¿verdad?)

Bromas aparte, toda esta terminología del parentesco ya sean estos directos o colaterales del mismo linaje y sexo (padre y su hermano, madre y su hermana) implica un trato parecido a cada grupo. Bien al contrario, la diferenciación terminológica de los familiares “directos” y colaterales del mismo sexo pero de procedentes de linajes diferentes se expresan en tratos también diferentes. Como decíamos antes, el mundo de las emociones corresponden al linaje materno y el de los valores al paterno.

En otro orden de cosas está claro que las diferentes clases de intercambio matrimonial diferencian y condicionan las estructuras elementales del parentesco. En Senegal prevalece el llamado matrimonio preferencial entre los “primos cruzados” manteniéndose la tradicional tendencia endogámica de las culturas más genuinamente africanas. Los “primos cruzados” son aquellos “primos-hermanos” emparentados por medio de padres que son hermanos de distinto sexo. Los llamados “primos-paralelos”, que son los que tienen en común progenitores que son hermanos o hermanas del mismo sexo, no pueden casarse entre sí.

Pero la progresiva occidentalización, las emigraciones masivas y la globalización van devaluando los valores tradicionales de cohesión grupal en aras del individualismo, por lo que cada vez más se da la posibilidad de elegir cónyuge. Esta posibilidad está implicando cambios sustanciales que flexibilizan el concepto de dote-, obligatoriamente unido al matrimonio wolof-, trastocando el antiguo orden social de intercambio de mujeres propio de la unión preferente con la prima cruzada.

La dote tradicional o “can” equivalente a “precio de la mujer”, consistente tradicionalmente en cabezas de ganado, fue lentamente transformada por el Islam: La “alalí-farata” sería atribuida directamente a la mujer rompiendo la tradicional cadena de matrimonios endogámicos de la cultura wolof. Al fuerte impacto de este cambio en la antigua institución de la dote como casi única operación de intercambio que generara un valor añadido en una sociedad en la que prevalecía el trueque, hay que sumarle el aumento del individualismo, aparejado asimismo con el auge de las economías monetarias que han ido entre todos quebrando la trascendental figura de la “can” preislámica. Porque tradicionalmente la dote tendía a establecer un complejo sistema de intercambios matrimoniales en donde la parte económica prevalecía claramente sobre los lazos de parentesco y por supuesto sentimentales.

Curiosamente, a pesar de todas estas transformaciones asistimos a un ascenso gradual del monto de las dotes, aunque, eso sí, revierten íntegramente en la mujer, no en su familia.

El otro componente del singular modelo familiar senegalés lo constituye la poligamia como exponente más extremo del carácter patriarcal y masculino de la sociedad senegalesa: Existe un dicho senegalés que reza “Cuantas más mujeres tenga un hombre, con más suerte le tratará la vida”…

Al contrario de la que generalmente se piensa, la poligamia no es de origen islámico. Según un estudio antropológico reciente el 72% de grupos culturales diferenciados que han sido investigados a nivel planetario han consentido en algún momento histórico las relaciones poligamicas y más concretamente las poliginicas, es decir del matrimonio de un hombre con varias mujeres. Como antecedentes históricos, el Antiguo Testamento está repleto de referencias en las que se mencionan como los grandes patriarcas bíblicos tenían “naturalmente” a varias mujeres. La cuestión en realidad deriva de un marco social caracterizado por una crónica desproporción entre hombres y mujeres, en donde aquellos, por cuestiones normalmente bélicas o migratorias, entre las que incluiríamos también a la trata de esclavos, morían o desaparecían más fácilmente que estas.

Lo que hizo el Islam es, primero, limitar a cuatro el número de mujeres; segundo, el exigir el consentimiento de las esposas a un nuevo casamiento y, tercero, en caso de discrepancia, permitir el divorcio sin la devolución de la correspondiente dote, tal como sucede en la “kholea” o divorcio a iniciativa de la mujer.

La institución poligamica complica sobremanera el modelo familiar ya de por si complicado que tiene la sociedad senegalesa. Crea situaciones extrañas en la que los hijos, que viven en esa “gran casa africana y polígama”, de las diferentes esposas pero del mismo marido son considerados hermanos aunque con la salvedad de que al presentarse suelen especificar si son hermanos del mismo padre y de la misma madre, haciendo que el término hermandad,-en franco-senegalés, “fratrie”,- adquiera un significado especifico y de uso muy común en Senegal.

Aunque la institución poligamica es mayoritariamente aceptada por los que abrazan el Islam, al ser una costumbre sancionada legalmente en Senegal, fieles de otros credos como los de las comunidades cristianas también la practican habitualmente.
Social y económicamente es, en principio, una forma de vivir exigente ya que hay, teóricamente, que mantener tantas casas como esposas, por lo que su práctica parecería que debiera limitarse a las clases más pudientes o al menos las más preocupadas por exhibir un alto status social. Pero en realidad no es así. Las clases medias y las más adineradas han sido sometidas, vía educación, a un proceso de occidentalización que progresivamente va cuestionando, si no la moralidad, al menos la conveniencia de la institución poligamica. Hay el doble de mujeres sin estudios que la practican que las que tienen estudios secundarios y se da cada vez menos en el colectivo creciente de mujeres universitarias. La diáspora migratoria también incide en su paulatina disminución. Asimismo es un fenómeno que se va ruralizando, ya que en las grandes urbes va disminuyendo poco a poco su práctica.

En resumen podemos hablar de la familia senegalesa como un complejo universo con consecuencias sociológicas a veces sorprendentes. En donde, en líneas generales, las iniciativas individuales se ven muchas veces supeditadas al interés superior del amplio grupo familiar. En donde un éxito o un fracaso individual no existen porque son éxitos y fracasos de toda la inmensa familia. Esta fortísima cohesión grupal entra en probable contradicción con los elementos y valores que han permitido a las culturas occidentales ir progresando.

Con todo lo cual no podemos concluir sin añadir que, sociológicamente, es probable que todo este peculiarísimo y tradicional entramado de solidaridades grupales y familiares, de forma de vida ancestrales y de hermosos valores colectivos cuasi románticos cuyo mantenimiento a ultranza dignifica sobremanera al pueblo senegalés, supongan un cierto freno al desarrollo basado en el esfuerzo personal, la libertad individual y la competencia y sea un sumando mas a la conjunción de múltiples factores que han determinado la permanente marginación del continente africano.

¡Hasta pronto familias!
Fernando Diago Coordinador Internacional de CREIXER JUNTS