Era una vez una joven pero valiente cigüeña que pese a su juventud se aventuró a emprender un largo viaje y cumplir con su primera tarea, llevar a una preciosa niña a los brazos de su mamá. Preparó todo para tan atrevida aventura, y una mañana empezó un largo camino desde los cálidos vientos del sur hacia los fríos de las estepas rusas. Vivió toda clase de aventuras, le sorprendieron tormentas, nieves, e incluso un feroz ataque de una águila que confundida, no llegó a comprender la hermosa labor que había comenzado la joven cigüeña. Pese a todo, y ya malherida y tiritando de frío, vio las heladas aguas del río Volga, y en vertiginoso descenso, puso a la niña en el dulce regazo de un moisés que pese a su humildad, sería un cálido lugar donde mecerla y dejarla a los cuidados de su mamá. Tras un breve descanso, y sintiéndose en una tierra extraña, emprendió el largo viaje de vuelta hacia su hogar, una antigua torre donde en un hermoso nido le esperaba su familia, la que se sentiría orgullosa de a pesar de su tierna juventud, haber terminado con éxito la bella labor para que las cigüeñas habían sido creadas.
Así, repetidamente, cumpliría con otros viajes a alejadas partes del mundo donde madres y padres esperaban la deseada llegada de sus bebés. Se sentía orgullosa con la tarea que la naturaleza le había concedido, aunque con tristeza escuchaba a veces las viejas historias que cigüeñas más experimentadas contaban de bebés que no siempre eran felices en los lugares donde con tanta ilusión los habían dejado. En la pequeña aldea de la estepa, y en su camita de madera se encontraba nuestra hermosa Tania. Ya hacía mucho tiempo que nuestra amiga la cigüeña María la trajo, pero sus ojos estaban tristes y, junto al frío, empezó a darse cuenta que no tenía una buena mamá. Pasaron varios años y su vida no cambiaba. Estaba abandonada la mayoría de los días y apenas su vieja vecina Ivana, por lástima, le daba algún cariño y mimo, así como la poca comida que alimentaba su frágil cuerpecito. Un día, creyendo que en un vaso había leche, se lo tomó, pero el vaso contenía pintura, y el pequeño cuerpo de Tania se enfermó. Por suerte se curó. Y para que no estuviera más solita, la llevaron a un orfanato donde la cuidarían junto a otros niños y niñas que no tenían a sus papás y mamás. Allí tuvo a sus primeros amigos, y empezó a veces a reír, pero ella lo que quería era tener un papá y una mamá. Cuando cumplió cuatro años, una familia que deseaba tener una hija vino a verla. Después de jugar con ellos los besó y, por primera vez, sus pequeños y sonrosados labios dijeron las bellas palabras papi y mami. Un día salió radiante del orfanato y después de un largo viaje, igual como el que en su día hizo la cigüeña María, fue feliz en una hermosa casa, llena de muñecos, juguetes, y del amor de su papá y mamá. La sonrisa de su carita y la alegría de sus ojitos expresaban a todos su felicidad. Ya no sintió más frío, y el sol del sur la acariciaba, las flores reían de felicidad a su paso, y todos los animalitos del parque cantaban canciones de amor y felicidad. Tania ya no lloraría más de soledad. Un día ocurrió algo maravilloso. Paseaba Tania con sus padres por el bosque y encontró a la ya vieja cigüeña María. La llamó y le dijo que la llevara otra vez en sus alas y, como ya conoce a sus papás, a ver si podría ponerla dentro del vientre de su madre, que lo acariciara su papá, y así ella sería de nuevo un bebé, tendría la dulce leche del pecho de su madre, crecería, y viviría en el mundo de felicidad que a todos los niños les corresponden. La cigüeña María, sorprendida, la escuchó atentamente. Y después de pensar un momento le dijo: mira Tania, Dios escribió tu destino, lo que será tu vida, y para eso se valió de una apasionada y joven cigüeña, de un largo y alocado viaje, de una mamá y papá que desde la distancia te buscaban, y así en su infinito amor. Levantó con mimbres de caricias y perfumes de rosa tu hogar, para siempre, y Dios se siente feliz solamente con que por las noches les dé las gracias por la vida y un minuto del día te acuerdes de su eterno amor. Y colorín colorado...